'Sin título, y todavía verano'

 

Ayer hablé con un oceanógrafo que me contó que menos del ocho por ciento del fondo marino está cartografiado. Además de ser desconocido para los humanos, el fondo marino existe en un constante proceso en que se crea y se destruye a sí mismo. Las placas tectónicas se quiebran en sus contornos y se alejan lentamente unas de otras. El magma bulle de las hendiduras hacia la superficie, y al enfriarse con el agua del mar se convierte en roca. Esta roca pasa a ser parte de la corteza terrestre, y así es como este proceso, denominado expansión del fondo oceánico, comienza de nuevo.

Mientras me lo explicaba, pensaba en María Tinaut y en su archipiélago de azulejos rotos, encontrados por el campo que hay detrás de su casa. Las flores azules, que una vez estuvieron completas, son ahora un lecho de pétalos rotos. Se los llevó a su estudio para buscar por dónde podrían haber casado en origen las líneas curvas y ya desdibujadas, en un intento por volver a juntar las partes descasadas. Según la filósofa Martha Nussbaum, “ser un ser humano bueno es tener una cierta apertura para con el mundo, la habilidad de confiar en lo incierto más allá de tu propio control, hasta el punto de que te pueda hacer añicos”. Pero ¿qué ocurre si se atiende al tipo de ruptura que Nussbaum describe? La pieza de Tinaut Untitled (Blue 1) –varias decenas de trocitos de azulejo, que casi-casan-pero-no-del-todo, aglomeradas en mortero gris– ofrece una respuesta: compórtate como el fondo marino.

Exposición María Tinaut