‘Madera azul madera verdad’
En nuestro tiempo, la pintura es una práctica escolástica. Felizmente desligada de cualquier utilidad material o social, los pintores parecen parientes de aquellos teólogos bizantinos que -según se dice– reñían sobre el tamaño de los ángeles mientras los turcos cercaban Constantinopla. No es un reproche, sino como un piropo grandísimo: la autarquía y el ensimismamiento han alumbrado algunos de los logros más elevados del espíritu humano: los mandalas de arenas de color, el Diccionario de Lengua Universal del doctor Sotos Ochando, las decoraciones interiores de los monasterios contemplativos, la ciencia heráldica, aquellos frescos que pintó Goya en la Quinta del Sordo, los diarios íntimos. Los cantores de gestas han despreciado generalmente estas hazañas inútiles y autoconclusivas, realizadas (¡para colmo!) entre ciertas comodidades, como si subir riscos o cruzar mares entre enormes penalidades contribuyese más al progreso humano que pasar la tarde dibujando junto a la estufa.