En un afán por comprender la naturaleza del ser humano, Emanuel Tovar (Guadalajara, México, 1974) traza líneas que transitan entre la dimensión material y la dimensión espiritual. La repetición de un proceso para lograr su perfeccionamiento, la energía y el esfuerzo físico que el individuo invierte constantemente en el trabajo para producir o construir algo y la manera en la que este engranaje nos condiciona o somete en una inercia que parece limitarnos al terreno material y disociarnos del estado espiritual.
Vacío, infinito, repetición, transmutación, tragedia, exilio, soledad y muerte son conceptos alrededor de los cuales gira la exposición Pequeño poema infinito, título tomado de un poema de García Lorca. Traslapando distintos espacios, tiempos y disciplinas, reflexiona sobre la construcción de la identidad y el sentido de la existencia. En la memoria de Tovar, ciertas imágenes y frases parecen repetirse y perpetuarse. Desde ahí genera ciertos paralelismos con algunas de las ideas de tres grandes referentes: Federico García Lorca, Mathias Goeritz y José Clemente Orozco.
La exposición recorre tres vetas que en momentos se cruzan. La primera, toma como punto de partida la vida y obra de Lorca. En un primer acercamiento Tovar recuerda vagamente sus participaciones en el teatro callejero, donde su maestro declamaba versos de Lorca que siguen repitiéndose en su memoria como la vibración de una cuerda de guitarra. Así, proyecta una serie de dibujos donde fragmentos de los poemas de Lorca se repiten y sobreponen en una línea que parece rebasar los límites del papel, pulsando ante la mirada y generando horizontes difusos.
A partir del homenaje realizado a Lorca en 1935 por el compositor mexicano Silvestre Revueltas, Tovar desarrolla la obra homónima a la muestra, Pequeño poema infinito, que consiste en una acción performática en un trabajo colaborativo con el músico gallego Samuel Diz, donde la tragedia, la desdicha y desventura se enmarcarán en una nueva composición, para ser interpretada a la guitarra, instrumento favorito del poeta. En una secuencia de repetición continua y generando una amalgama de sonidos trágicos y melancólicos, que parecieran infinitos, la acción se enmarcará en el momento de mayor vulnerabilidad, a manera de metáfora del silenciamiento de Lorca.